RECUERDOS DE UNA AUSENCIA.
En memoria de
Richard J. Barker
Son imágenes que brotan
de recuerdos de junio de 1990, el año en el que viajamos hasta Stevens Point,
la ciudad donde Carmen, Canela y tu teníais un hogar porque allí eras profesor en el
Departamento de Lenguas de la Universidad de Wisconsin-Stevens Point.
De aquellos días uno de
los recuerdos más presente son nuestras rutas con las bicicletas de montaña,
cuando me llevabas a recorrer los senderos del territorio cercano a la ciudad, tan
distinto a estos pagos de terrones secos donde nací y donde te viniste a
descansar.
Azules y verdes.
Lagos y ríos.
Bosques y parques.
Lluvias y tornados.
Traslado aquel pasado a
este presente para vernos viajando en tu Honda dorado, al que llamabas Clavileño en honor de tu querido
Cervantes, con el que viajábamos hacia el Oeste para participar en carreras de
una modalidad deportiva aún incipiente, recorriendo a lomos de aquel coche
japonés las extensiones infinitas entre Wisconsin y Minnesota a cien millas por
hora bajo las inclementes lluvias, con grises nubes-embudo de los tornados
moviéndose en el horizonte, atravesábamos el río Misisipi por su curso superior,
que allí es frontera entre los dos estados, para llegar a nuestro destino y plantar las tiendas de campaña y ser parte de un grupo de entusiastas que iban a goszar del ciclismo en la
naturaleza.
Entonces ya nos
mostrabas tu generosidad, tu sentido del humor, tu búsqueda incansable del
rescate de la memoria, con esa constancia que nacía, tal vez, de tus
participaciones en deportes de fondo y resistencia como el esquí o el ciclismo.
El gusto por las dos
ruedas y los pedales lo seguimos manteniendo hasta el final, algo que era parte
esencial de nuestra relación, tantos aspectos de ese mundo: bicicletas,
ciclistas, carreras, libros, etc. eran un hilo que nos mantuvo unidos desde que
nos conocimos hasta tu muerte.
Porque te me moriste.
Te nos moriste.
Y he pensado si no
podrían los hombres morir como mueren los días, así, con pájaros cantando sin
sobresaltos y la claridad líquida cristalina en todo y el fresco suave fresco,
la brisa ligera agitando las hojas pequeñas de los árboles, el mundo inerte o
moviéndose tranquilo y el silencio creciendo natural natural, el silencio
esperando, por fin justo, por fin digno. (1)
(1) Extraído del libro TE ME MORISTE, de José Luís Peixoto.
Escrito para el nº 2 de la revista de literatura PAPELES DEL CARACOL, editada en Castilleja del Campo, respondiendo a la invitación que me hizo el amigo José Antonio Borrego.
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